Por Cheché Santana
Hoy me embarga la emoción al presentarles una pequeña reflexión acerca del devenir histórico de nuestra patria chica.
Recuerdo aquella canción popular titulada “Los cien años de Macondo” de ese gran astro del merengue Johnny Ventura. En aquellos tiempos, finales de los sesentas y principios de los setentas, cuando disfrutábamos de ese melodioso merengue, en cuyo baile, la expansión del espíritu se hacia infinita. Mientras gozábamos, muchos quizás no sabíamos que dicho tema era una síntesis de una de las obras más trascendentes de la literatura latinoamericana, traducida a más de veinte idiomas, escrita por el Premio Nóbel de Literatura de 1982, Gabriel García Márquez.
En esa novela, el escritor da muestra de su capacidad creadora, hablándonos de un pueblo llamado Macondo. Los personajes armonizan de forma extraordinaria con el entorno natural, que se resiste a la fundación de un pueblo. De forma esquemática y cronológica, el autor describe el desarrollo de este pueblo imaginario, con sus sueños e incertidumbres respecto al impacto de la civilización.
Con la pureza e ingenuidad en su nacimiento, podemos establecer un paralelismo entre ficción y realidad, entre el Macondo de García Márquez y el Tenares de Julián Javier. Sería fascinante poder subirnos a una maquina del tiempo y poder contemplar ese drama acogedor de un pueblo que ha sabido cargar con dignidad en sus alforjas, el peso de la historia por todo un siglo.
¡Cuántos sueños! ¡Cuántas esperanzas! ¡Qué derroche de amor por las generaciones futuras! ¡Qué agradecidos estamos de ti, Don Julián Javier! Nuestro eterno agradecimiento a las nobles familias que te acompañaron en el emprendimiento. Cien años de identidad y abrazo colectivo. Hoy cada uno de nosotros podemos decir con orgullo: Soy de Tenares.
Tengo la creencia de que un pueblo que cumple un siglo de historia es tan joven que apenas entra en la pubertad y que esta expuesto a una metamorfosis en su desarrollo físico y psíquico, a una turbulencia inconmensurable. Solamente mediante una meditación profunda podemos encontrar la fórmula que nos permita la reedición de un proyecto de pueblo que honre la memoria de nuestros fundadores.
Recuerdo haber leído en “Cien años de soledad”, sobre la repercusión de la llegada de la civilización a Macondo. A parte del hielo, la pianola, el daguerrotipo y la alquimia, la civilización produjo acontecimientos funestos como la llegada de la industria bananera, que trajo consigo los prostíbulos, las casas de juego y topo tipo de vicio, culminando con el asesinato de toda la descendencia del coronel Aureliano Buendía y la muerte de miles de obreros a manos de las fuerzas opresoras de la compañía que convirtió a Macondo en un pueblo olvidado.
Nuestro pueblo no ha escapado a las consecuencias de la civilización. Como Macondo, nos hemos beneficiado de la ciencia y sus avances como la electricidad, la radio la televisión, la computadora, la Internet y otros adelantos tecnológicos. Inmediatamente después de la desaparición de la dictadura de Trujillo, nuestro pueblo sientió la libertad, la esperanza y el vigor del esclavo que ha roto sus cadenas. Surgió una generación cargada de sueños, ideales y amor patrio; proliferaron los clubes culturales y deportivos, los partido políticos y los movimientos de izquierda revolucionaria.
Ese huracán de sueños e ideales culmina con la instauración de un gobierno democrático y revolucionario que representó la voluntad popular en la persona de Juan Bosch. Pero las fuerzas diabólicas nunca duermen y frustraron los anhelos del pueblo con la ignominia del golpe de estado de 1963.
Sin embrago, nuestro pueblo no duerme y comprende que no podía permitir que por cobardía le arrancaran la vida. Al mediodía de ese 24 de abril de 1965, decide lavar con su sangre la mancha traidora que ofendió a la patria.
Al tercer día, el Tío Sam, en nombre de la guerra fría, acusa a nuestro pueblo de comunista, lo encarcela y hasta lo asesina. Pasada la confrontación, se inicia la ejecución de un plan siniestro y muy bien orquestado, en nombre del “sueño americano”, con el visado masivo a menores a finales de la década del 60. Para Tenares, esto se tradujo en droga, dinero sucio, muerte, transculturación, dependencia y consumismo.
Creo que este primer siglo de vida como pueblo es una ocasión significativa para que como tenarenses hagamos una evaluación minuciosa de nuestra historia y así sentemos las bases de nuestro desarrollo político, económico y sociocultural. Promovamos las transformaciones necesarias para que Tenares mantenga su identidad, se fomente la creatividad y la convivencia social que propicie la felicidad de las presentes y futuras generaciones.
¡Qué la fuerza divina nos ilumine!
Hoy me embarga la emoción al presentarles una pequeña reflexión acerca del devenir histórico de nuestra patria chica.
Recuerdo aquella canción popular titulada “Los cien años de Macondo” de ese gran astro del merengue Johnny Ventura. En aquellos tiempos, finales de los sesentas y principios de los setentas, cuando disfrutábamos de ese melodioso merengue, en cuyo baile, la expansión del espíritu se hacia infinita. Mientras gozábamos, muchos quizás no sabíamos que dicho tema era una síntesis de una de las obras más trascendentes de la literatura latinoamericana, traducida a más de veinte idiomas, escrita por el Premio Nóbel de Literatura de 1982, Gabriel García Márquez.
En esa novela, el escritor da muestra de su capacidad creadora, hablándonos de un pueblo llamado Macondo. Los personajes armonizan de forma extraordinaria con el entorno natural, que se resiste a la fundación de un pueblo. De forma esquemática y cronológica, el autor describe el desarrollo de este pueblo imaginario, con sus sueños e incertidumbres respecto al impacto de la civilización.
Con la pureza e ingenuidad en su nacimiento, podemos establecer un paralelismo entre ficción y realidad, entre el Macondo de García Márquez y el Tenares de Julián Javier. Sería fascinante poder subirnos a una maquina del tiempo y poder contemplar ese drama acogedor de un pueblo que ha sabido cargar con dignidad en sus alforjas, el peso de la historia por todo un siglo.
¡Cuántos sueños! ¡Cuántas esperanzas! ¡Qué derroche de amor por las generaciones futuras! ¡Qué agradecidos estamos de ti, Don Julián Javier! Nuestro eterno agradecimiento a las nobles familias que te acompañaron en el emprendimiento. Cien años de identidad y abrazo colectivo. Hoy cada uno de nosotros podemos decir con orgullo: Soy de Tenares.
Tengo la creencia de que un pueblo que cumple un siglo de historia es tan joven que apenas entra en la pubertad y que esta expuesto a una metamorfosis en su desarrollo físico y psíquico, a una turbulencia inconmensurable. Solamente mediante una meditación profunda podemos encontrar la fórmula que nos permita la reedición de un proyecto de pueblo que honre la memoria de nuestros fundadores.
Recuerdo haber leído en “Cien años de soledad”, sobre la repercusión de la llegada de la civilización a Macondo. A parte del hielo, la pianola, el daguerrotipo y la alquimia, la civilización produjo acontecimientos funestos como la llegada de la industria bananera, que trajo consigo los prostíbulos, las casas de juego y topo tipo de vicio, culminando con el asesinato de toda la descendencia del coronel Aureliano Buendía y la muerte de miles de obreros a manos de las fuerzas opresoras de la compañía que convirtió a Macondo en un pueblo olvidado.
Nuestro pueblo no ha escapado a las consecuencias de la civilización. Como Macondo, nos hemos beneficiado de la ciencia y sus avances como la electricidad, la radio la televisión, la computadora, la Internet y otros adelantos tecnológicos. Inmediatamente después de la desaparición de la dictadura de Trujillo, nuestro pueblo sientió la libertad, la esperanza y el vigor del esclavo que ha roto sus cadenas. Surgió una generación cargada de sueños, ideales y amor patrio; proliferaron los clubes culturales y deportivos, los partido políticos y los movimientos de izquierda revolucionaria.
Ese huracán de sueños e ideales culmina con la instauración de un gobierno democrático y revolucionario que representó la voluntad popular en la persona de Juan Bosch. Pero las fuerzas diabólicas nunca duermen y frustraron los anhelos del pueblo con la ignominia del golpe de estado de 1963.
Sin embrago, nuestro pueblo no duerme y comprende que no podía permitir que por cobardía le arrancaran la vida. Al mediodía de ese 24 de abril de 1965, decide lavar con su sangre la mancha traidora que ofendió a la patria.
Al tercer día, el Tío Sam, en nombre de la guerra fría, acusa a nuestro pueblo de comunista, lo encarcela y hasta lo asesina. Pasada la confrontación, se inicia la ejecución de un plan siniestro y muy bien orquestado, en nombre del “sueño americano”, con el visado masivo a menores a finales de la década del 60. Para Tenares, esto se tradujo en droga, dinero sucio, muerte, transculturación, dependencia y consumismo.
Creo que este primer siglo de vida como pueblo es una ocasión significativa para que como tenarenses hagamos una evaluación minuciosa de nuestra historia y así sentemos las bases de nuestro desarrollo político, económico y sociocultural. Promovamos las transformaciones necesarias para que Tenares mantenga su identidad, se fomente la creatividad y la convivencia social que propicie la felicidad de las presentes y futuras generaciones.
¡Qué la fuerza divina nos ilumine!